sábado, 22 de agosto de 2009

¿Hay Rock o no hay Rock?

Crónicas de una Rockeada entrerriana: Carneviva en Paraná!

Impuntual llegué corriendo a la estación. A falta de auto, Fluviales para cruzar el túnel. Caminando luego por calles entrerrianas que subían y bajaban, bebiendo el néctar de la cebada, hasta dar con el paradero, donde sería el gran banquete.
Sonidos apocalípticos y eclesiásticos nos recibieron, y un tren en medio del lugar que parecía, hasta el momento dormido, pero con ganas de despertar. Diferentes generaciones reunidas para celebrar el ritual, cuando de pronto, un pájaro naranja apareció en escena. Zapatos de frac, robados quien sabe a que mago de los 80. Pantalón de vestir y una camisola mezcla de monje tibetano y enfermero de loquero.
La pintura de fondo afirmaba que era Rock lo que estábamos viviendo, y por un momento sentí que estábamos en otra época. Volaban vasos de cerveza. Preservativos inflados se quemaban con los focos de las luces. Corta cuerda el bajo. Calzoncillo largo del guitarrista, Shaolin correntino. Y los brujos van por dentro, y la gente no para de rockear, a cabezas sacudiéndose.
La buena, encontré la lapicera. La mala, con 50º de calor se acabo la bebida en la cantina atendida por el club de padres de calle Racedo. Saltos del guitarrista, plagados rock. El pogo, muy al contrario de mis expectativas, se acrecentó propulsado por la sed. El pájaro arengaba a su propia banda como si fuera un fan, convidando sexo a las grupies al tocar con su lengua el micrófono. A mi lado, alguien intenta mandar un mensaje en medio del caos, perdiendo el celular entre sudor y pisotones, tomando conciencia de ésto y saltando él también sobre esa tecnología que lo tenía aturdido. 10, 9, 8, 7…..3, 2, 1, ¡y… Ay, qué lindo está!
El frontman se ha convertido en gestos, no para de comunicar, la hiperquinesia desaforada lo ha transmutado en un actor maldito del romanticismo. Eléctrico… epiléptico. Tirado en el piso saltaba y volvía a caer, mientras Rueda seguía disparando.
Los sonidos de la batería habían transformado el lugar en un verdadero rito, y al subfluvial en un túnel del tiempo, mientras hombres y mujeres de 40 volvían a los 20.
En uno de esos picos de color, revolcóse Angelini en un charco, su charco y respondió a convulsiones de energía. Gritos de profeta que terminaron en una especie de onomatopeya, cantos de pájaros, como búhos, sin silbidos… autóctono y profundo.
No es el final. Cambio de pilcha para sacar unos cuantos litros de sudor de encima y nuevamente en escena. Abrieron la puerta de emergencia y se ven los trenes abandonados que nos apuntan. Suena “Aún no vine” y todo parece estallar.
El pájaro siguió cantando, hasta morir en el piso a los gritos y desafiando a la gente que no paraba de aplaudir. ¡Multiplíquense! Pedía y ordenaba. “Yo sabía, en Santa Fe somos todos Carneviva”. Y parece que en Entre Ríos también.
La típica pelea por la lista se transformó en la foto de celular que todos llevan pero nadie tiene. La gente pedía más, y el artista se quedaba en el escenario, el lugar donde más cómodo parece estar. Los del sonido habían apagado el micrófono, pegó unos últimos alaridos y se fue, emocionado por la celebración. En pocas horas, la fiesta volvería a comenzar en Cayastá.
Ah me olvidaba… nos costó un huevo encontrar la calle principal.

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